Avenger

Por: Andrés Jaramillo C.

Desde que lo cargué por primera vez en los brazos, en aquella frívola sala de parto del IESS, supe que iba a llegar ese día. Honestamente pensé que sería cuando su maleta estuviera repleta de los libros para la secundaria, igual que como ocurrió conmigo.

Aunque la verdad es que hubiera preferido que ocurra después, mucho después. Quizá en la universidad, cuando los niños dejan de ser niños pequeños y el bullying es objeto de estudio y no una práctica cotidiana.

No se pudo. Mateo tiene apenas cuatro años y cuatro meses. Los últimos pasó dándonos muestras de que ese día estaba a punto de llegar. Se golpeaba contra algunos objetos, le costaba pintar sus revistas de superhéroes y también distinguir entre la letra o y la u. Entre el número cero y el ocho. Entre un regordete conejo y una pelota.

Resignados de lo inevitable, tuvimos que buscar la forma para que la solución no sea igual de traumática de lo que fue para mí o incluso para la mamá y toda nuestra generación. Un día, comenzamos hablar de aquello.

Le dije al oído que le daría súper poderes, que podría hacer las cosas igual o mejor que uno de los Avengers, que casualmente se volvieron personajes de culto para él -hasta el cepillo de dientes es del Hombre Araña-.

Evidentemente Mateo no podría lanzar telarañas ni tampoco subir muros. Su súper poder sería diferente. Similar a ese Avenger que combate con flechas. Pero solamente lo adquiriría si se portaba bien. Debía verse como un premio y no como un castigo, una obligación.

Mateo aceptó. De hecho, mejor de lo que yo lo hubiera hecho. Colaboró cuando tuvo que ir con el médico; hasta creería que se divirtió en la consulta, aunque no le hayan regalado una paleta de vitaminas, como suele ocurrir cuando va con su pediatra.

Estaba totalmente convencido de que para que los use, él debía elegirlos. Sin presiones, sin la influencia de los papás, sin imposiciones mediadas por un valor económico. A mí me hubiera gustado que sean azules, a la mamá rojos o morados.

Pero la personalidad del Mateo no coincide con ningún color que emane calma, tranquilidad, quietud, sumisión. Eligió su color preferido; el amarillo. Fue amor a primera vista. Apenas los vio en la vitrina se lanzó a ellos, no quiso saber de otros e incluso trató de llevárselos a casa.

Durante tres días dijo que los extrañaba, que si cuando yo los retire podría colocarlos bajo su almohada para que él pudiera hacerse el sorprendido al despertar y los viera de pronto.

Entonces, una mañana, ese día llegó. Mucho antes de lo que yo hubiera esperado. Se colocó sus lentes amarillos nuevos y vio el mundo diferente, igual que Ojo de Halcón; su nuevo Avenger favorito.

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