Por: Andrés Jaramillo C.
Una y otra y otra y otra y otra y otra vez lo repito. A eso de las 03:00, cada día, cada madrugada. ¡Esta es la última vez que el Mateo duerme en la cama de los papás!. Para eso le compramos su cuna. Una de plaza y media. Queríamos que tenga el espacio suficiente, al menos hasta que entre a la escuela.
Con rejas de madera, inclusive, para que en sus juegos sonámbulos no terminen besando el piso. Se la compramos antes de que nazca, la armamos cuando la mamá ni siquiera sabía lo que eran los estragos del embarazo. Entonces, teníamos la esperanza de que tenga un cuarto, su rincón, ese sitio donde pueda ser él. Autónomo, independiente.
Pero no. Quito conspiró. Hace mucho frío, decía la mamá cuando estábamos a punto de dormir. ¡Tráele al guagua! ¡Pobrecito! ¡Va a amanecer hecho paleta de helado!. El Mateo llegó un invierno del 2015 a nuestra cama. Hace casi dos años y medio, por una noche. Nunca más se fue.
A las 03:00, cuando el sueño es más pesado, suelo sentir unas patitas en forma de empanada incrustándose en mis costillas. Un manotazo en la cara, pesado, y rasguños en mi ojo. Incluso dormido no deja de ser inquieto.
Intento ignorarlo. Me muerdo los dientes. Trato de volver a dormir. Me muevo un poquito hacia el filo de la cama. Me quedo a pocos centímetros del piso y trato de conciliar el sueño. No se puede.
Los pies se alojan en mi cuello, en la panza, en mi boca. ¡Esta es la última vez que el Mateo duerme en la cama de los papás!, repito. Una y otra y otra y otra y otra y otra vez. Cada noche, cada madrugada.
Pero es una mentira. El Mateo me vence. Lo miro en silencio, durante esas madrugas, apacible. Respirando despacio, soñando.No soy capaz de quitarlo de mi lado. Está ahí, inspirando toda la ternura del mundo, con la trompita levantada.
Quién soy yo para expulsarlo, digo. Me hace falta, con sus pies de empanada en las costillas. Lo abrazo para calentarlo. Él, aún dormido, instintivamente me devuelve el abrazo y vuelve a ganarme, noche tras noche, madrugada tras madrugada. Me hace falta su presencia, aunque esa presencia espante el sueño.
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