Ni huecos, ni pelos parados

Por: Andrés Jaramillo
@andresgaj

¿Para qué llevar a mi hijo donde el vecino de la peluquería del barrio y esperar, impaciente, a que termine de dibujar en la cabeza de otro vecino el símbolo de su equipo de fútbol? ¿Por qué dejarlo en manos de una desconocida en un salón de belleza cualquiera expuesto a ese singular ‘aroma’ del esmalte de uñas o el tinte de pelo?

Para qué… si su padre -YO- ya había visto con atención no dos, ni tres, sino 10 vídeos en YouTube sobre cómo cortar el cabello a los bebés.

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No requería de mayor acto de magia. La idea no era lograr el corte inglés de David Beckham o el copete de Bruno Mars. Menos la cresta de Neymar (Dios me libre). La aspiración era mucho más humilde. Evitar que las orejas desaparezcan entre esos remolinos crespos, claros y cada vez más largos. Y que lo único que le provoque picazón en el cuello sean los besos de la mamá.

Todo en solo tres sencillos y prácticos pasos a saber:

Uno. Mojar el cabello -para lo cual la hora del baño era la más ideal-
Dos. Con una peinilla para bebés dejar expuesto el cabello sobrante
Tres. Cortar las puntas 

!presto!

****

Desde que nació, nuestro Mateo ha tenido abundante cabello. Por eso nos extrañó notar cómo se le comenzó a caer poco a poco luego de cumplir seis meses de nacido.

El pediatra nos explicó que era algo normal y que no había motivo para preocuparse porque al igual que los dientes de leche, era solo una señal de que vendrían nuevos, más fuertes.

Pero los cambios comenzaron a darle al Mateo una apariencia cada vez más ‘grounge‘. A lo Nirvana… a lo Green Day, a lo Sex Pistols, que nada tenía que ver con su rostro redondeado; angelical, de póster navideño.

Por eso había que hacer algo…  Por las mañanas parecía que el Mateo se despertaba de una juerga de tres días, con los cabellos levantados, como militares en desfile: firmes.

Eso, en parte, hizo que la mamá aprobara el proyecto, aunque sinceramente con algo de recelo. «No quiero huecos, ni pelos parados», me advirtió poco antes de entregarme a mi hijo en la ducha, convertida esa mañana en una peluquería.

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El Mateo apenas se dio cuenta de lo que pasaba. Estaba más entretenido averiguando cómo es que sus patos de goma graznan cuando se les aplasta la panza.

Aproveché entonces el momento. Lo peiné con delicadeza, como acariciándolo, dejando que las puntas del cabello se queden entre mis dedos. Luego, volaron las primeras puntas, las segundas, las terceras…

El Mateo seguía aturdido con sus patos, la madre estaba en el cuarto contiguo, esperando lo peor, evitando ser cómplice mientras yo  cantaba: Figarooo, figarooo…. Fígaro fígaro fígaro figarooooo, hasta el acto final.

Luego de cinco minutos ya no había vuelta atrás. Todo estaba hecho. El Mateo no se quejó frente al espejo y era la primera señal de aprobación. Luego vino la mamá; la prueba de fuego. ¡Ni huecos, ni pelos parados!, le dije sonriendo, contento, como cuando el Mateo hace una de sus travesuras.

 

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