La Playa (Parte dos)

Por: Andrés Jaramillo
@andresgaj

Letrero playa Los letreros, colgados en las entradas de los hoteles, fungían de perros guardianes. Los canes de papel bond, escritos al apuro, a mano alzada y con marcador o esfero, ahuyentaban a los turistas.

«No hay habitaciones», se leía en los hoteles más alejados de la zona comercial de la playa de Atacames, en la provincia de Esmeraldas.

«No hay habitaciones», ladraban en los más grandes y pelucones, donde la noche puede costar fácilmente USD 180.

«No hay habitaciones», se veía incluso en las bodegas adaptadas con baños comunales que insistían en llamar habitaciones sus propietarios.

Sólo nos faltó ver uno alertando: «Entiendan, no hay habitación, es el feriado del 10 de Agosto».

El plan B en otras circunstancias no habría sido tan dramático. Dormir en el carro aliviando la incomodidad con tres o quizá cuatro cocteles preparados con frontera, el ‘aguardiente del negro’. Pero no podíamos exponer al Mateo. Él no tenía la culpa de que los papás no hayan reservado a tiempo un hotel o que se les haya ocurrido pensar, ingenuamente, que encontrarían un sitio seguro, limpio y acogedor para pernoctar justo cuando Quito se muda a la playa. Él necesitaba un sitio para poder cambiarlo, bañarlo y descansar.

Ya eran las 20:00. Habíamos pasado la tarde en vano buscando refugio; perdiendo el tiempo. El Mateo, cansado y acalorado,  se había acorrucado en mis brazos para dormir. Parecía que estaba soñando que cargaba las maletas, porque cada vez lo sentía  más pesado.

La noche comenzaba a caldearse. En la calle principal del malecón, los ríos de gente estaban cada vez más alegres con las copas de caipiriña  hecha con frontera. Los bares de la playa competían para ver cuál tenía el equipo de sonido con más potencia y los primeros asaltados de la jornada se acercaban al puesto de la Marina para hacer las denuncias del caso.

Las fiestas se viven intesnamente en las discotecas que están al filo del malecón de Atacames.

La fiesta en las discotecas que están al filo del malecón de Atacames.

Teníamos dos opciones. Seguir con la búsqueda infructuosa, acumulando estrés y perdiendo más tiempo. O tomarnos las cosas con calma, merendar y volver a la ciudad de Esmeraldas a buscar un hotel lejos del bullicio y la mala fortuna. Evidentemente no elegimos el primer camino.

Tan solo nos dimos un tiempo para visitar el mercado artesanal de Atacames. Sitio infaltable para olvidarse de los canes de papel y admirar los recuerdos y adornos en tagua, concha y coral hechos a mano. Caminamos a lo sumó unos diez minutos reconociendo la habilidad de los artesanos locales.

Entonces sentí lo que los alumnos del Colegio San Gabriel en 1906 seguramente experimentaron cuando vieron  la imagen de la Virgen Dolorosa con lágrimas en los ojos. !Milagro!, grité en mi cabeza. Cerré los ojos y los volví a abrir para estar seguro de que no se trataba de una alucinación, producto de una dosis de escopolamina usaba por un asaltante cualquiera.

Era real. Estaba enfrente del mercado artesanal, cruzando la calle, en la puerta de vidrio, junto a la tienda de sandalias. Era un  letrero chiquitito, sencillo, justo fuera del hotel Malecón INN, alentador:  «Si hay habitaciones», decía.

SI-HAY-HA-BI-TA-CIO-NES

Una familia que estaba más cerca de la entrada también lo vio. La mujer, que se notaba era la ‘madre de familia’, se acercó despacio, también dudando de que fuera cierto. Se aprestaba a entrar al hotel, pero se le adelantaron. No contaba con la agilidad de la mamá del Mateo.

En un impulso  cruzó la calle evadiendo las tricimotos, los ríos de gente alegres con las caipiriñas. Abrió la puerta de vidrio y subió las empinadas gradas hasta llegar al mostrador. Estaba dispuesta a que nadie le arrebate la última habitación disponible. Pero ahí, justo al final del camino, cuando parecía que todo estaba a su favor, otro turista estaba negociando el hospedaje.

Se desinfló al constatar que él había llegado antes, pero no por mucho tiempo. Lo que vino después no pudo ser más milagroso. El desconocido, turista a leguas, necesita una habitación para cinco personas y sólo había una para tres; El Mateo, la Amorita y Yo.

Continuará… 

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